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Una agencia que se dedica a organizar viajes del arte, nunca debería de hacer un viaje con el nombre “”El País Cátaro”.
Los cataros no dejaron ni rastro, no existe arquitectura cátara, ni lengua cátara, ni pintura o escultura cátara, ni tan siquiera literatura cátara. Los cátaros nacieron como las setas entre los bosques y las montañas y desaparecieron con el incendio de la cruzada. No dejaron rastro. Nunca más se supo.
Sin embargo entorno a su dramática historia se articulan una serie de territorios en el sur de Francia, lo que hoy conocemos como la Occitania, recorridos por poderosos relatos históricos culturales y artísticos.
Los cátaros florecieron en una de las regiones culturales de Europa más importante de los siglos XII y XIII, con una lengua propia, la lengua d’Oc, una nobleza poderosa y sofisticada, los condes de Toulouse, la dinastía Trencavel señores de Carcasona, los condes de Foix, que protegían en sus cortes a los primeros trovadores.
Esta cuña de terreno al norte de los Pirineos recorrida por los ríos Aude y Garona, gozaba de un desarrollo económico poderoso, de una clase campesina próspera, un comercio intenso de grandes ferias y mercados y un artesanado que se concentraba en ciudades pujantes como Albi, Toulouse, Carcasona o Foix. Una paz social envidiable donde el gobierno de los Capituls representaba a todos aquellos que aportaban riqueza al territorio. Se construyeron exuberantes iglesias, castillos inexpugnables y nacieron florecientes villas. Aquí en este territorio próspero y saludable, encontró un espacio de desarrollo la iglesia pobre, la iglesia de los hombre buenos, la iglesia de los Cátaros.
Roma, el Papa y sus cardenales, y sobre todo el rey de Francia, pronto sintieron interés. La primera pensó que esta “nueva religión catara” solo era una herejía peligrosa que podía acabar con sus privilegios y dominio sobre las clases más humildes. El rey de Francia, por su lado veía con envidia y desconfianza el crecimiento del sur y la intromisión en Occitania de los reyes de Aragón.
Ellos se aliaron y dirigieron la cruzada contra los Cátaros. El rey del norte se anexionó un pedazo espectacular del sur de Francia y Roma descansó al extirpar el cáncer cátaro. Los vencedores también quisieron dejar huellas de su triunfo en esta tierra, quisieron que todo el mundo supiera que ahora había unos nuevos señores: Roma y Francia. De nuevo se levantaron grandes fortalezas, se levantaron impresionantes catedrales (Albi, Carcasona) y se repoblaron los territorios devastados por la guerra con gentes del norte, para los se construyeron las bastidas, (Cordes sur ciel, Mirepoix, etc.) ciudades de nueva planta, muchas de las cuales han sobrevivido hasta hoy como ciudades pujantes.
En definitiva, viajar por la Montaña Negra, por el valle alto del Garona, subir a Montsegur, tomarse un café en la bastida de Mirepoix o recorrer las empinadas calles de Cordes sur Ciel tiene el efecto poderoso de transportarte a un tiempo y una historia que no pudo ser. Pero que si estás atento en tus paseos, si observas con atención, todavía puedes, entre sus piedras, sus bosques y sus caserones, sentir el aliento de lo que pudo ser.
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