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Siempre que anunciamos nuestro viaje a la India, la gente espera que lo hagamos al Rajasthan, Jaipur, Udaipiur, etc., lugares que el turismo convencional ha dado en llamar el Triángulo de Oro. Cuando explicamos que pasamos 14 días en el norte de la India y que no visitamos ninguno de estos lugares míticos del turismo, se genera algo de confusión.
Cuando escuchan el relato de nuestro itinerario, y aparecen lugares como Elephanta, Ellora, Ajanta, Sanchi, Bhopal, Orchha o Khajuraho, suelen producirse dos respuestas: en unos casos la gente reacciona con indiferencia total, pensando “¿Dónde van éstos? qué lugares más extraños”; y otros reaccionan interesados y sorprendidos.
Hace quince años que diseñamos nuestro primer viaje a la India; a lo largo del tiempo hemos ido quitando, añadiendo y modificando detalles, pero sus cambios no han sido profundos desde el primer itinerario.
Algunos de nosotros hemos cursado estudios de arte Indio en la UCM y recordamos con pasión las clases de la profesora Carmen García Ormaechea. Cuando nos convertimos en profesores y algunos intentábamos emular torpemente a nuestra maestra, pronto surgió la necesidad de visitar aquellos lugares que veíamos en las imágenes proyectadas en clase. Esos colosos que custodiaban los secretos de la civilización india durante el largo periodo entre los inicios de la Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna: culturas budista, hinduistas, jainas, shijs, islámica y mogola.
Fue mucho más fácil de lo imaginábamos antes de empezar. Hicimos la lista de lugares a visitar. Elephanta, Ellora, Ajanta, las stupas de Sanchi, los templos de Khajuraho, la ciudad de Fatehpur Sikri, el mausoleo de Talj Mahal en Agra, el minarete de Delhi. Cogimos nuestros mapas y comenzamos a poner puntos rojos sobre ellos. Descubrimos una línea ascendente desde Mumbay a Delhi de unos 1.400 km que unía todos estos espacios. Y aparecieron nuevos lugares que fueron completando el recorrido: Mumbay, Aurangabad, Orccha, Varanasi. Luego vinieron los hoteles, los transportes, los guías y los vuelos. Y por último los indios y las indias, aquellos que dan vida a este país cardíaco, vivo, frenético, triste y melancólico. Aquellos que habitan en sus campos, sus mercados y sus estaciones, en sus casas y sus parques, en las escuelas, en las gags a la orillas del Ganges, en la piras crematorias, en los santuarios y en los templos.
De esta manera construimos un recorrido que nos permite conocer qué fue y qué es hoy la India, solo en algunos de los aspectos que nos brinda esta cultura interminable.
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